Sin lugar a dudas, mi querido lector, a buen seguro que usted se habrá topado en alguna ocasión con ese personaje al que nombramos como "el tipo", y que no es un apartado más en la taxonomía al uso, sino una forma de nombrar a un actor muy curioso. "El tipo" parte del hecho -nunca contrastado- de que es un demócrata convencido, incluso con un halo de ideología progresista, aunque por los pliegues de la edad se le ha aburguesado el ánimo y en la mayoría de los casos sólo trata de vivir lo más cómodamente posible desde que la extinguida utopía se le marchó de la cabeza. Medra en los recovecos del poder con un rostro afable, aunque repentinamente el gesto se le puede transmutar en un rictus de seriedad rigurosa si tiene el menor atisbo de que alguien pudiera estar haciéndole la más mínima sombra. Es, por tanto, un solitario egocéntrico, minado de vanidad y cierto hastío, sesteando al calor del idolatrado patrón, que es con el único que demuestra una pose de vasallo casi obscena.
En pleno siglo XXI, todavía nos encontramos con semejantes sarpullidos...